Todos cometemos errores, forma parte del camino del aprendizaje. Con las inversiones también, claro. En el artículo de hoy te contaré 7 errores que he cometido como inversor. Verás que la codicia, el miedo y el exceso de confianza han sido los culpables. ¡Ya he metido yo la pata, no caigas tú también en ellos!
Seguro que alguna vez has oído la frase de que «el fracaso forma parte del camino hacia el éxito». Entonces, ¿son buenos los errores? Pues depende. Si los ignoras, volverás a caer en ellos; si los tienes en cuenta, puedes aprender mucho de ellos. Esa es la clave.
Ser consciente de los errores que han cometido otros te puede ayudar a que no tropieces con la misma piedra. No obstante, no te confíes. En el mundo de las inversiones he podido apreciar que, aun sabiendo lo que debes evitar, es fácil cometer errores.
¿Por qué sucede esto? Como verás, de fondo está latente el factor psicológico, el cual es crucial cuando te conviertes en inversor. Nuestro cerebro emocional (sistema límbico) toma un lugar destacado cuando se viven ciertas situaciones financieras, sobre todo cuando generan altos niveles de incertidumbre. Y así, acabas echando por tierra tus fantásticos planes que tan sensatamente se había encargado de trazar tu cerebro racional (neocortex).
Así pues, ten en cuenta estos 7 errores que he cometido como inversor, sobre todo si tienes pensado empezar a invertir tu dinero o estás iniciando ese camino. ¡Vamos a por ellos!
1. Confiar en “expertos” sin contrastar la información
Recuerdo que cuando me decidí a invertir en bolsa, fui todo ilusionado a la sucursal del banco (el que me ofrecía el broker con mejores condiciones para mi estrategia) a abrir la cuenta de valores.
En mi caso lo que me interesaba era poder comprar y vender acciones de empresas que cotizasen en bolsa, tanto nacionales como internacionales.
Bueno, pues resulta que ese día no había podido venir conmigo al banco mi mujer por lo que le pregunté al del banco: «¿podemos abrir la cuenta ahora a mi nombre y otro día añadir a mi mujer como cotitular?» No te sorprenderá la respuesta: «Claro, sin ningún problema». Y así me fui yo la mar de contento, con mi nueva cuenta de valores y un deseo ardiente de empezar a operar.
Y eso hice, empezar a comprar acciones durante varias semanas hasta que, por fin, un día pudo mi mujer ir al banco a que la añadiesen como cotitular de la cuenta de valores. Pero no, no pudieron hacerlo. Porque no nos mencionaron un pequeño detalle en su día: no hay problema en añadir un cotitular siempre y cuando la cuenta de valores esté vacía. ¿Solución? Abrir otra cuenta de valores, vender lo de la original y comprarlo otra vez en la nueva. ¿Quién gana? Pues resulta que hay comisiones de compra/venta, además de implicaciones fiscales.
Lección aprendida, los supuestos «expertos» no son tan expertos, así que siempre hay que contrastar la información te proporcionen. Al fin y al cabo, aparecerá tu nombre en los papeles.
2. Querer ir demasiado rápido
Sobre este error estaba ya avisado, era consciente del mismo, y aún así, caí en él. Una vez decidida mi estrategia de inversión y seleccionadas varias empresas en las que quería invertir, parecía que me quemase el dinero que estaba en la cuenta.
El «problema» es que, al venir de mi fase de ahorrador, contaba con un capital inicial de varios años de ahorro. Estaba viendo un coste de oportunidad tremendo: tener este dinero al 1% en una cuenta remunerada, cuando podría tenerlo invertido ganando más de un 5% de rentabilidad por dividendo.
Aunque sabía y tenía claro que la diversificación temporal es muy importante, acabé concentrando demasiado las compras. Comencé a invertir en 2011 con el IBEX en torno a los 9.600 puntos y en los siguientes meses llegó a subir hasta los 10.600. ¡No voy a volver a conseguir estos precios! ¡La Bolsa se dispara! eran los pensamientos que tenía en aquellos días. Después comenzó una larga caída que, en mínimos de 2012, incluso bajó ligeramente de los 6.000 puntos.
Querer ir demasiado rápido, sobre todo al principio y sobre todo si cuentas con un capital inicial considerable, puede costarte miles de euros.
3. Saltarme mi estrategia
Fruto de primer error, definí una estrategia de rotación de activos para «mover» las acciones de mi cuenta de valores individual a una nueva conjunta, donde estábamos mi mujer y yo como titulares. El plan era simple:
- Cuando viese alguna de las empresas que quería rotar a un precio que considerase bueno para el largo plazo, la compraba en la cuenta de valores conjunta.
- Cuando la cotización superase un precio con el cual me cubriese los impuestos por plusvalías y comisiones, vendía de la cuenta individual.
Sencillo. Comprar, mantener el tiempo necesario (cobrando dividendos) y vender sin pérdidas. En teoría, si mis empresas eran buenas inversiones a largo plazo, antes o después se darían estas condiciones.
Pues todo fue según lo previsto, salvo en dos ocasiones que me salté mi estrategia. Como no tenía demasiada liquidez, en vez de comprar primero y vender después, hice lo contrario. «Total, volverá a caer la cotización», me decía. No lo hizo. ¿Qué me supuso? Los números son dolorosos:
- Empresa 1: Vendí a 12€/acción y acabé recomprando a 18€/acción (porque seguía siendo una buena inversión). Eso sí, casi 3.000€ más cara la inversión. Si mantuviese el precio original hoy por hoy tendría una rentabilidad por dividendo del 11,43%, cuando en cambio ahora tengo un 7,55%.
- Empresa 2: Vendí a 9,30€/acción y acabé recomprando a 13,42€/acción (porque seguía siendo una buena inversión). Esta vez, «sólo» unos 1.500€ más cara la inversión. Si mantuviese el precio original hoy por hoy tendría una rentabilidad por dividendo del 11,75%, cuando en cambio ahora tengo un 9,47%.
Cuando tienes un plan y está funcionando, cíñete a él. En otro caso, ajústalo.
4. Creer que podía adivinar el futuro
Relacionado con el error anterior, está el hecho de que me salté mi estrategia porque:
- No podía ejecutarla en ese momento, no tenía liquidez y veía otras inversiones muy tentadoras. Esto es síntoma de que quería ir demasiado rápido (error número 2).
- Creía que volvería a caer la cotización a los niveles en los cuales había vendido. Traducción: creía que podía adivinar el futuro.
Pues no soy vidente, como acabó demostrando el tiempo. Nos encanta hacer cábalas, supuestos y escenarios (al menos a mí). Pero no conozco el futuro, y por eso, como buen kaizener atípico-k, me protejo. ¿Cómo? Diversificando, tanto mis inversiones como mis fuentes de ingresos, y con mi colchón de tranquilidad.
5. Ignorar algunos de mis criterios de inversión
El cuarto fue ignorar uno de mis criterios de inversión: que la empresa fuese realmente apta para el largo plazo. Todos los números eran estupendos y la inversión parecía clarísima: una empresa industrial con unos márgenes brutales, sin deuda, mejorando beneficios y con unos dividendos superjugosos.
Pero era una empresa con una capitalización bursátil inferior a lo recomendable para invertir a largo plazo. Vamos, una empresa más pequeña de lo que debería bajo mi criterio.
Tu estrategia principal y sus criterios de inversión son para seguirlos. Nada de excepciones. Si quieres dedicar parte de tu dinero a la especulación o a una estrategia de inversión de alto riesgo, hazlo (dedicando sólo el dinero que puedas asumir perder); pero no disfraces esa apuesta como una de las inversiones que cumplen tus criterios.
Y esto enlaza con el siguiente error…
6. Cegarme con lo “demasiado bueno”
La alta rentabilidad por dividendo inicial que tenía «la pequeña empresa» (¡superior a un 8,5%!), despertó mi codicia y me llevó a tomar una mala decisión, demasiado arriesgada. Resulta que detrás del alto dividendo se escondían unos márgenes muy por encima de la media del sector, los cuales no eran sostenibles.
Acabó saliendo en las noticias que había habido unos cuantos sobornos en algunos países de latinoamérica, donde esta empresa tenía sus proyectos más rentables. Y cuando te enteras de estas cosas por las noticias, ya es demasiado tarde para salir de la inversión sin pérdidas.
Si algo parece demasiado bueno para ser cierto, es probable que así sea. Párate, analízalo bien y evita decisiones impulsivas, esas que tomas con una alta temperatura emocional.
7. No saber/querer asumir pérdidas
Para nuestro cerebro no es lo mismo perder que dejar de ganar, aunque matemáticamente tengamos casos equivalentes. Esto es debido a que el dolor ante las pérdidas monetarias pesa aproximadamente el doble respecto al placer de las ganancias. Es lo que se conoce como aversión a las pérdidas y ha sido estudiado por la economía del comportamiento. Si quieres profundizar en ello, te recomiendo la lectura del capítulo «4. Teoría del valor» del fantástico libro «Todo lo que he aprendido con la psicología económica» de Richard Thaler, Premio Nobel de Economía en 2017.
Gracias a vivir este tipo de situaciones, te das cuenta de cómo te afectan emocionalmente y es cuando te vas conociendo como inversor. No querer asumir las pérdidas me llevó a tener la esperanza de que la empresa se recuperaría; tampoco lo hizo. Acabé perdiendo incluso más dinero que con las dos empresas juntas que te mencioné en el error número 3. Y dolió mucho más porque esta vez perdí dinero en vez de dejar de ganarlo.
No obstante, aproveché esas pérdidas para compensarlas con otras ganancias que me habían forzado a consolidar con una OPA de exclusión de otra de las empresas de mis inversiones. Pero eso es otra historia…
Conclusión
En el artículo de hoy te he contado 7 errores que he cometido como inversor: (1) confiar en expertos sin contrastar la información, que me llevó a abrir y operar con una cuenta de valores en la que luego no pude añadir a mi mujer, todo por (2) querer ir demasiado rápido. La velocidad también me llevó a cometer otros errores, como (3) saltarme mi estrategia. Era el miedo lo que me estaba llevando a cometer estos errores: miedo por haber empezado a invertir demasiado tarde, miedo de que se me escapasen buenas oportunidades de inversión y miedo por asumir las consecuencias de una mala decisión de inversión, que me llevó a (7) no querer asumir las pérdidas y tener la esperanza de que algún día se recuperaría.
Por otro lado, la codicia también me jugó malas pasadas, llevándome a (5) ignorar algunos de mis criterios de inversión ya que (6) me había cegado con una oportunidad de inversión demasiado buena como para dejarla pasar.
Finalmente, tengo que mencionar el exceso de confianza, que me hizo actuar precipitadamente, (4) creyendo que podía adivinar el futuro.
Gracias por llegar hasta aquí. Si te ha gustado el artículo no dudes en dejar tus comentarios y compartirlo en redes sociales.
¡Saludos, kaizener!